Ayer te vi, paseamos por mis terrazas, pasillos, y salones. Te llevé de la mano y con mi dedo te mostré el camino de luces que encandilan la solitaria noche, me recosté a verte sonreír.
Quise besar esos labios, la sonrisa que perfectamente se enmarcó sobre tu rostro, aunque fue fugaz, me quedé con tu voz, me acomodé a dormir a cuestas de tus palabras.
Tus dedos jugaron a querernos y mi mano aceptó gustosa la sensación, imaginé tus labios seduciendo a los míos, la noche fue complice de los dos; no quise irme pero el sueño me alejó.
La mañana fue áspera, el día gris, mi boca sabía a ti, aún y cuando no te he probado. Sobraban las excusas para llamarte, resistí, quería escribirte mil sonetos, aguardé.
Alguien te dijo que no te he llamado por lo que es obvio, pese a que te nombre mi ave, mi refugio, mi cielo, mi suelo, quizás para mi era más que obvio, pero aún así hay cosas que deben decirse claras y fuertes.
Entre ellas: “Me gustas”, “Te quiero”, “Te deseo”, “Te extraño”, “Eres tan bonita”.
